El último puente del Papa Francisco
Pope Francis’ Final Bridge - For the english version scroll down
22 de abril de 2025
Por Carolina Rosario
Hay papas más carismáticos que otros. Y aunque eso no debería ser lo más importante, importa, y mucho. En este mundo, el carisma es la llave que abre corazones distraídos. Por ejemplo, pocos supieron apreciar la profundidad del Papa Benedicto XVI, el sabio que ayudaba a pensar al carismático Juan Pablo II. Benedicto no tenía el “ángel” mediático… y eso le costó cariño. Así de superficial puede ser el juicio humano.
Pero Francisco lo tenía todo: cercanía, ternura, firmeza, sabiduría y una voz capaz de explicar el amor de Jesús con una claridad urgente para nuestros tiempos. Y lo hizo, muchas veces, en el idioma que hablamos 595 millones de personas en el mundo: el español.
Su mensaje fue coherente con el corazón del Evangelio: que el amor todo lo puede. Que todos somos pecadores. Que el que juzga no representa a Dios. Que la Iglesia no es para los que se creen puros, sino para los que reconocen que necesitan gracia. Su legado no fue solo religioso: fue humano. Fue un llamado a tender puentes en un mundo que suele levantar muros.
Esto, irónicamente, le costó críticas desde su propia Iglesia: de aquellos sectores más fundamentalistas y conservadores que vieron en su papado “relativismo” y confusión doctrinal, cuando lo que él buscaba era tender puentes con todos.
Muchos malinterpretaron su postura sobre temas como la comunidad LGBTQ+. Algunos dijeron: “¡La Iglesia cambió!”. No, la doctrina no cambió. Lo que cambió fue el tono. Francisco dijo lo que algunos escondían entre líneas: que todos son bienvenidos, que todos somos hijos de Dios, que juzgar no es divino, que la Iglesia está hecha de pecadores. No vino a suavizar la doctrina, vino a recordarnos que la misericordia va primero.
Lo vieron como debilitador de la autoridad papal cuando intentó limpiar las finanzas del Vaticano y combatir los abusos sexuales clericales. Pero lo que hacía era exactamente lo contrario: rescatar la confianza.
Lo tildaron de populista cuando escribió encíclicas como Laudato Si’ (sobre el medio ambiente) y Fratelli Tutti (sobre la fraternidad humana), donde los sectores más ultra conservadores lo tacharon de “marxista”, cuando en realidad hablaba del Evangelio. Pero Jorge Mario Bergoglio, como le llamaron sus padres al nacer, nos dejó momentos virales con grandes lecciones que sobrepasan la religión.
Recuerdo esa historia hermosa de un hombre que le pidió un consejo tras casarse. El Papa le respondió con sabiduría simple: “Peleen todo lo que quieran, pero no se vayan a dormir sin reconciliarse”. Qué grandeza en lo sencillo. Quienes estamos casados sabemos que eso, muchas veces, es lo más difícil. Pero también lo más poderoso: poder volver a elegir al otro, una y otra vez.
Francisco no idealizó el matrimonio ni la familia. Las defendió con realismo y coraje. Dijo que no se trata solo de durar, sino de vivirlo con calidad. Que la familia, menospreciada por muchos hoy, sigue siendo el eje del mundo. También dijo, con ese estilo tan suyo, que ser católico no significa “tener hijos como conejos”. Esto generó controversia. Pero no defendía los anticonceptivos, como muchos creyeron: aclaró que la paternidad responsable y los métodos naturales son válidos dentro de la enseñanza católica. Y protestó contra lo que él llamó colonización ideológica, que es cuando países ricos condicionan la ayuda o acuerdos a que los países más débiles adopten ciertas ideologías o modelos de vida que no surgen de su propia cultura, identidad o fe. ¿Les suena familiar? ¿Educación impuesta? ¿Modelos sin debate local? Bueno, sigo.
Francisco siempre estuvo del lado de los pobres, los marginados, los olvidados. En sus últimos meses de vida, desde su lecho, hacía llamadas por las noches a la única iglesia católica en Gaza para saber cómo estaban sus fieles en medio del horror. En su última aparición pública, pidió un alto al fuego entre Israel y Hamas. Su postura no fue política ni militar, pero sí levantó su voz —clara y valiente— por las víctimas, en especial los niños, mujeres y familias atrapadas en la guerra. Estaba convencido de que la guerra no era la solución. Y como constructor de puentes, a su muerte, tanto Hamas como el presidente de Israel le enviaron cálidos mensajes de despedida.
Y hay un momento que nunca se me va a olvidar: Emmanuelle, ese niño que rompió en llanto mientras intentaba hacerle una pregunta. Francisco lo abrazó, lo escuchó al oído, y luego compartió lo que el niño le dijo: “Mi papá era ateo, pero bautizó a sus hijos. ¿Está en el cielo?”.
Francisco no dudó:
“¿Tú crees que Dios abandona a sus hijos? ¿A un hombre bueno que hizo lo correcto? Dios está orgulloso de tu papá. Porque es más fácil bautizar a tus hijos cuando crees, pero mucho más grande hacerlo cuando no crees. Eso habla de un corazón bueno.”
Cada vez que veo ese video, lloro. Porque ese fue Francisco: el pastor que no temía tocar las heridas de la gente. El que no respondía con reglas, sino con verdad y ternura.
Y sí, como periodista, yo anhelaba entrevistarlo. Sabía que no tendría una cadena que me pusiera en primera fila. Tenía que buscarlo por mí misma. Le escribí cinco cartas a la Casa Santa Marta. Un día recibí respuesta. No me pudo conceder la entrevista, pero me envió una postal firmada, con una bendición para mí y mi familia. Ese gesto… lo guardo como un tesoro. Fue su forma de tenderme un puente.
En sus últimas horas de vida dio otro ejemplo enorme. Francisco no comulgaba con la ideología de Trump. No era un secreto. De hecho, veía muchas de esas políticas como parte del problema. Y sin embargo, en sus últimos días, debilitado, enfermo, aceptó reunirse con el vicepresidente J.D. Vance en el Vaticano. No porque aprobara sus posturas, sino porque esa era su esencia: hablar con el otro, incluso si no piensa como tú. Construir puentes, amar, tener misericordia.
Pero mientras tanto, ¿qué hacemos nosotros? Algunos tomaron las redes para difundir teorías conspirativas de que J.D. Vance “lo mató” después de visitarlo. Eso muestra lo que somos: nuestra fragilidad como personas y como sociedad. Preferimos el escándalo a la compasión. La acusación a la comprensión. Todo lo contrario a lo que Francisco nos enseñó.
El Papa Francisco fue el reflejo de ese cristianismo difícil. No el de palabras, sino el de acciones.
Porque sí, decir que uno es cristiano es fácil. Lo difícil es vivir como vivió Francisco: con ternura, verdad y puentes.
La Iglesia no es perfecta, y tampoco lo somos nosotros. Está hecha de humanos. Y por eso, a veces, se pierde y comete errores. Pero mientras haya figuras como Francisco que nos recuerden lo esencial —el amor, la dignidad, la compasión, el perdón—, hay esperanza.
Gracias, Francisco. Gracias por todo.
Pope Francis’ Final Bridge
April 22, 2025
By Carolina Rosario
Some popes are naturally charismatic. And while charisma shouldn’t be the most important thing—it matters. A lot. In a world full of noise and distraction, charisma opens hearts. Few people truly grasped the brilliance of Pope Benedict XVI, the intellectual backbone of the charismatic John Paul II. Benedict didn’t have media charm—and that cost him affection. It’s a reminder of how shallow our judgments can be.
Francis, on the other hand, had it all: warmth, courage, wisdom, and a voice that translated Jesus’ message with urgency and clarity. And he did it often in Spanish—the native tongue of 595 million people.
His message was clear and deeply Gospel-rooted: love is everything. We’re all sinners. Judging others isn’t from God. The Church isn’t for the perfect—it’s for the broken. His legacy wasn’t just religious—it was radically human. In a world building walls, Francis built bridges.
Ironically, that’s what got him criticized—especially by ultra-conservative factions within the Church who saw his openness as relativism or doctrinal confusion. But he wasn’t trying to blur lines. He was trying to open hearts.
Some misinterpreted his stance on LGBTQ+ issues. “The Church changed!” they claimed. No. Doctrine didn’t change. What changed was the tone. Francis made it clear: everyone is welcome. All are children of God. Judgment isn’t our job—it’s His. He didn’t water down teachings. He clarified what mercy looks like.
Others saw him as weakening papal authority when he pushed for Vatican financial reform and accountability in clerical abuse scandals. But that was precisely his strength—restoring credibility.
They called him a populist for writing encyclicals like *Laudato Si’* (on the environment) and *Fratelli Tutti* (on human fraternity). Critics labeled him Marxist. But Francis wasn’t being political. He was simply living the Gospel. Jorge Mario Bergoglio, as his parents named him, gave us viral moments packed with truth that reached far beyond religion.
I’ll never forget the story of the newlywed who asked him for advice. Francis said, “Argue all you want—just never go to bed without making peace.” Beautiful, simple wisdom. Anyone in a real marriage knows that’s no small thing. It’s everything: choosing each other again and again.
He didn’t romanticize marriage or family. He said it’s not about just lasting—it’s about living well. That family, often dismissed today, is the backbone of society. And in his own words, being Catholic doesn’t mean “having kids like rabbits.” That caused a stir. But he wasn’t promoting birth control—he was advocating for responsible parenthood, in line with natural methods accepted by the Church.
He was outspoken against what he called “ideological colonization”—when wealthier nations (like the U.S.) tie foreign aid to the adoption of values or lifestyles that don’t reflect local cultures or beliefs. Sound familiar? Forced sex-ed? Imported agendas? Exactly.
Francis always stood with the poor, the forgotten. Even from his deathbed, he called Gaza’s only Catholic church at night to check on them during the bombings. In his final appearance, he called for a ceasefire between Israel and Hamas. His stand wasn’t political—it was human. He didn’t choose sides. He chose dignity. Both Hamas and Israel’s president sent him heartfelt tributes after his passing.
One moment I’ll never forget: Emmanuelle, a young boy, broke down sobbing in front of Francis. He whispered to the Pope that his dad, who was an atheist, had baptized his children. “Is he in heaven?” he asked.
Francis didn’t hesitate:
“Do you think God abandons His children? A good man who did the right thing? God is proud of your dad. It’s easier to baptize your kids when you believe—but even greater when you don’t. That’s the heart of a good man.”
I cry every time I watch that video. Because that’s who Francis was: a shepherd unafraid of our wounds. A man who led with truth and tenderness—not rules.
As a journalist, I dreamed of interviewing him. I knew no network would hand me that shot. So I wrote him five letters. One day, I got a reply—not an interview, but a postcard. Signed. With a blessing for me and my family. I’ve kept it like a treasure. That was his bridge to me.
Even in his final hours, sick and frail, he welcomed U.S. Vice President J.D. Vance—despite disagreeing with many of his views. Why? Because that’s who he was. He built bridges even with those who raised walls.
And us? Some jumped online to claim Vance “killed” him. Conspiracies over compassion. Noise over grace. Everything Francis warned us about.
Pope Francis lived the hard kind of Christianity—the one built on action, not just words.
Being Christian is easy to say. Living it like Francis—with tenderness, truth, and bridges—that’s the hard part.
The Church isn’t perfect. Neither are we. But as long as voices like his echo through us—voices of love, dignity, mercy, and forgiveness—there’s hope.
Thank you, Francis. Thank you for everything.